domingo, 31 de maio de 2015

Homilia do Padre Fantico Borges, CM – Santíssima Trindade – Ano B

Homilia do Padre Fantico Borges, CM – Santíssima Trindade – Ano B
Salve ó Santíssima Trindade!

A liturgia de hoje propõe a meditação sobre o mistério central de nossa fé: a Santíssima Trindade. Toda a vida da Igreja está impregnada por este Mistério. E quando falamos aqui de mistério, não pensemos no incompreensível, mais na realidade mais profunda que atinge o núcleo do nosso ser e do nosso agir.
É Cristo quem nos revela a intimidade do mistério trinitário e o convite para que participemos dele. “Ninguém conhece o Pai senão o Filho e aquele a quem o Filho o quiser revelar” (Mt, 11, 27). Ele revelou-nos também a existência do Espírito Santo junto com o Pai e enviou-O à Igreja para que a santificasse até o fim dos tempos; e revelou-nos a perfeitíssima Unidade de vida entre as Pessoas divinas (Cf. Jo16, 12-15).
O mistério da Santíssima Trindade é o ponto de partida de toda a verdade revelada e a fonte de que procede a vida sobrenatural e para a qual nos encaminhamos: somos filhos do Pai, irmãos e co-herdeiros do Filho, santificados continuamente pelo Espírito Santo para nos assemelharmos cada vez mais a Deus.
Por ser o mistério central da vida da Igreja, a Santíssima Trindade é continuamente invocada em toda a liturgia. Cremos, portanto, em um só Deus, um princípio sem princípio, incriado, ingênito, que não perece, imortal, eterno, ilimitado, inapreensível, indefinível, onipotente, simples, não composto, incorpóreo, imóvel, impassível, imutável, inalterável, invisível, fonte de todo bem e de toda justiça, luz inteligível e nunca acendida; poder que não pode medir-se com medida alguma a não ser sua própria vontade, porque pode fazer tudo quanto quer.
É o Criador de todas as criaturas   visíveis e invisíveis, de todas tem cuidado e providência, e as conserva; tem o poder sobre todas as coisas, as quais dirige e governa com um reino que não tem fim e é imortal; nada pode opor-se a ele, tudo preenche, nada pode abarcá-lo, mas, pelo contrário, ele abarca todas as coisas, as contém e zela por elas. Penetra todas as substâncias de maneira puríssima e em tudo repousa. Ele estabelece os principados e ordens, e encontra-se acima de toda ordem e principado, acima da substância, da vida, palavra e pensamento. Ele é a própria luz, a própria bondade, a própria vida, a própria essência já que não recebeu de outro nem o ser nem qualquer uma das suas propriedades, Ele é a fonte do ser de todos os seres, a vida dos viventes. Ele é Deus, nosso Deus, uno e santo, indivisível todo ser racional o adora, com uma só e mesma adoração que é do Pai, do Filho e do Espírito Santo. São três as pessoas, mas é a mesma natureza; por isso, o mesmo louvor.
Ó coisa admirável! Nós Cremos no Pai, no Filho e no Espírito Santo, nos quais fomos batizados. Porque assim ordenou Deus: batizai-os em nome do Pai, Filho e Espírito Santo. Assim, cremos num único Pai, princípio sem princípio e causa de tudo, incausado e ingênito; Criador de todas as coisas, eterno Pai do Eterno Filho de igual natureza do Pai, Filho Unigênito e Salvador, do qual procede o Santíssimo Espírito. Amém     



quinta-feira, 28 de maio de 2015

PROTOLOGÍA


Del griego protos (primero) y lógos (saber), indica en el ámbito de la teología contemporánea la doctrina que estudia las afirmaciones dogmáticas relativas a los orígenes, al «principio». la creación del universo en general y del hombre en particular, su elevación al orden sobrenatural, la caída del pecado original. El término protología se acuñó en analogía con el término escatología, que estudia las realidades últimas, no ya como término, sino como consumación. Entre la protología y la escatología se da una íntima conexión, en cuanto que Dios llevará finalmente a su plenitud todo lo que estableció desde el principio. La protología implica una etiología como búsqueda de las causas, en cuanto que partiendo de las realidades últimas vuelve a la raíz de las cosas, para señalar su significado último. En este sentido, la protología no es solamente la disciplina que tiene como objeto material los orígenes, sino la búsqueda de sentido a la luz del pasado. El presente y el futuro se pueden conocer mejor en virtud de los orígenes y por otra parte el presente permite comprender en profundidad los hechos que acaecieron al principio. Así pues, la protología implica una concepción particular del tiempo, para la que el pasado no es una realidad estática y muerta, sino una realidad dinámica y operante, continuamente actualizada en el presente y proyectada hacia el futuro, y el presente y el pasado se anticipan de alguna manera virtualmente en el pasado.
En la Biblia, en el Antiguo Testamento los primeros capítulos del Génesis, 1-3, pueden considerarse como una profecía retrospectiva, en cuanto que hacen comprensible la protohistoria hasta Gn 11 y el camino de salvación iniciado con Abrahán y que llega hasta su plenitud en Cristo. De la experiencia ejemplar del éxodo, Israel se remontó a la fe en Dios creador que sostiene y hace vivir el universo para comunicar su salvación a los hombres. La creación y la alianza son expresión del único Dios liberador. También el procedimiento de las genealogías se utiliza para describir y explicar los orígenes y el sentido de la realidad.
En el Nuevo Testamento, la realidad de los orígenes está continuamente presente y explica la venida de Cristo, así como es en Cristo donde encuentra el fundamento, el sentido y la meta todo lo creado. «En él, con él y por él» es la afirmación que se repite continuamente en el prólogo de Juan, en las cartas paulinas, en la Carta a los Hebreos. En los sinópticos, el mismo Jesús apela a la voluntad original del Creador contra la praxis del divorcio: « Fue Moisés el que, por vuestra dureza de corazón, os concedió repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así» (Mt 19,8). Jesús indica que los tiempos nuevos inaugurados por él implican un retorno a los orígenes. Para Pablo, la historia del hombre se desarrolla en una tensión entre el pasado, el presente y el futuro, entre Adán y Cristo. «Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha sido también la resurrección de los muertos; y como todos mueren en Adán, así todos serán vivificados en Cristo» (1 Cor 15,45-49). Cristo es el segundo y último Adán, el prototipo del hombre nuevo y la salvación y consumación de la creación (Tit 3,5)
El prólogo de la Carta a los Efesios (1,3-10) proyecta sobre toda la historia de la salvación el designio presente desde el principio de instaurar todas las cosas en Cristo. De esta manera, la protología y la escatología se responden mutuamente.
Los Padres de la Iglesia profundizaron en el tema de la creación «ex nihilo» y atendieron no sólo a la relación Adán-Cristo, sino también a la de Eva-María, señalando sobre todo en la Madre del Salvador, la nueva Eva, el comienzo de una nueva creación (Justino, Ireneo, Efrén). San Epifanio interpreta la maternidad divina de María en relación con Eva, «madre de los vivientes», en cuanto que el género de los vivientes procede de Eva, pero es María la que concibió a Aquel que vive (Haer. 78,18). Lo que es figura en Eva, se hace realidad plena en María.
El concilio Vaticano II pone de relieve a la creación como fruto del amor de Dios y sitúa en primer plano al hombre y su dignidad. En su reflexión antropológica, la Gaudium et spes adopta una perspectiva protológico-escatológica cuando afirma: «En efecto, Adán, el primer hombre, es figura del futuro» (Rom 5,14), es decir, de Cristo Señor que es el nuevo Adán: revelando precisamente el misterio del Padre y de su amor, revela también plenamente el hombre al hombre y le da a conocer su altísima vocación» (GS 22); concluye de este modo diciendo que todas las verdades expuestas sobre la dignidad del hombre encuentran en Cristo su fuente y alcanzan su vértice en él.
En la teología contemporánea, K. Rahner ha dado un relieve particular a la protología como tarea de la teología para una comprensión más profunda del hombre, indicando que «una protología definitiva es posible solamente con Cristo y solamente a partir de Cristo se la puede concebir en su ser formal propio».
En una perspectiva distinta, en el pensamiento de Juan Pablo II encontramos el tema del «principio» como clave hermenéutica para una comprensión más profunda del designio original de Dios, siempre presente en la historia del hombre y como su verdad más genuina. En esta perspectiva, el Pontífice desarrolló sus catequesis sobre la «teología del cuerpo» (1980-1984), profundizando en el sentido de la corporeidad de la persona humana, de la masculinidad y femineidad, del matrimonio, de la virginidad, etc. Semejante planteamiento se encuentra igualmente en otros documentos suyos como la encíclica Redemptoris mater (1987) y en la carta apostólica Mulieris dignitatem (1988), que a la luz del «principio» afronta el tema de la mujer, de la communio personarum y del desequilibrio provocado en ellos por el pecado.
E C. Rava
Bibl.: K. Rahner. Protología, en SM, Y 627629; Íd" Principio y fin, en SM, Y 553-561; Íd., Reflexiones fundamentales sobre antropología y protología en el marco de la teología, en MS, II/l, 454-468; J. L. Ruiz de la Peña, Teología de la creación. Sal Terrae, Santander 1986; J, Auer, El mundo, creación de Dios, Herder Barcelona 1979; L, F. Ladaria, Antropología teológica, Madrid-Roma 1980.


Cristologia e Escatologia: um discurso sobre a fé

Cristologia e Escatologia: um discurso sobre a fé

Uma verdadeira compreensão do sinal do éschaton, só pode se exprimir à luz de Jesus Cristo, e somente nesta perspectiva poderemos estabelecer a possibilidade ou impossibilidade de um encontro com Deus no terreno do éschaton e o que este último deverá significa. Todas as nossas reflexões de cunho escatológico deverão, portanto apoiar-se em bases cristológicas.
A morte e a ressurreição de Jesus, são os componentes essenciais. Esses dois acontecimentos compõem como que a moldura dentro da qual se move toda a reflexão cristológica, as mesma forma a escatológica.
“Se não pode nascer em absoluta solidão, o indivíduo tem que morrer na solidão mais completa. Em virtude da própria corporeidade, o homem se acha de tal modo inserido no curso do mundo e da história, que um discurso sobre a sua ressurreição só é legítimo quando feito à luz do fim do mundo e da história”. (Alois Winklhofer † 1971).
Movendo-nos em um esquema cristocêntrico, poderíamos chamar a atenção para o fato de que somente a fé na ressurreição de Jesus nos dá o direito de crer em uma ressurreição universal, conf. 1Cor 15. Paulo não deseja aqui polemizar com aqueles que não admitem a universal ressurreição dos mortos e, por conseguinte, nem admitem a ressurreição de Cristo. Pois, na antiguidade, a idéia de uma ressurreição dos mortos não era de todo comum nem compartilhada por todos. O grego não admitia a possibilidade de uma ressurreição da carne, nem tampouco seriamente postulava uma sobrevivência da alma espiritual. Mostrava-se então facilmente propenso a interpretar em prisma mitológico o lado escandaloso da ressurreição de Jesus. Quanto ao judeu piedoso, compreendia a ressurreição dos mortos em termos rigorosamente escatológicos e universais. A sentença “Jesus Crucificado foi ressuscitado dos mortos” deveria parecer aos judeus como indébita individualização.
Mas, “se a cristologia nos apresenta a manifestação de Jesus dentro de um quadro essencialmente escatológico, verdade é também que os mesmos elementos escatológicos da pregação e da praxe de Jesus contêm uma escatologia implícita” (Willi Marxsen † 1993). Entre os diversos predicados cristológicos, um de importância decisiva é este: “Ressuscitou”. Nele achamos, de modo sumamente claro e preciso, a nota escatológica que distingue as confissões de fé em Cristo.
Desta forma, “O caráter de absoluto e definitividade escatológicos, que marca a figura de Jesus, obriga-nos a concluir que com Ele já se faz presente, no mundo, o futuro de Deus”. (Dietrich Wiederkehr).
O Deus se manifesta no sinal do éschaton, é Aquele que é “tudo em todas as coisas” (cf. 1Cor 15,28), a realidade simplesmente, a presença que liberta e ao mesmo tempo envolve tudo e todos. A atitude escatológica que se terá de assumir, diante d’Ele, e a resposta que Ele espera, se traduzem na pureza do relacionamento de fé e da relação com Deus, na total doação e abertura e disponibilidade incondicional. Esta relação que se faz no encontro escatológico com Deus encontrou sua realização exemplar e insuperável na assim chamada “fé de Jesus” (Gerhard. Ebeling)
É nessa trama de relações que se deve, em última instância, considerar também a “cruz” e a “ressurreição”. Para Jesus, o futuro irrompe no presente e deve realizar-se no presente. Já os seus inimigos rejeitam esse futuro, tentam procrastiná-lo, vê-lo num futuro distante, desancorado do presente.
É na cruz que se põe e se resolve, definitivamente, a questão da autenticidade da fé, de Deus e do futuro. Cruz, porém, que não se deve dissociar da ressurreição. A cristologia, terá então, também, condições para nos fazer redescobrir o sentido mais profundo da própria escatologia.
O Crucificado foi ressuscitado! Uma escatologia desenvolvida em prisma cristológico se apresenta, então, como escatologia realizada.
Cristologia e escatologia somente pode ser corretamente compreendida caso se leve devidamente em conta a incidência sobre a estrutura da escatologia determinada pela confissão de fé do cristianismo primitivo: Jesus crucificado foi ressuscitado dos mortos. À morte e ressurreição de Jesus corresponde, no plano da escatologia futura, a morte de cada indivíduo e a ressurreição geral dos mortos, em ambos os casos verificando-se apenas depois do intervalo de uma permanência no sepulcro. Analogamente, também na cristologia se reconheceu o intervalo dos 40 dias que o Ressuscitado passou junto com os discípulos. É a mesma lei estrutural que observamos no modo de compreender a relação entre escatologia realizada e escatologia futura, ambas distintas e ligadas pelo intervalo do “tempo da Igreja”. Parte-se da morte para chegar à vida em seus primórdios para se chegar a uma vida em sua definitiva consumação.
Mas vemos que em Jesus de Nazaré o éschaton é acontecimento meta-histórico, de que só podemos falar do ponto de vista de uma história interpretada em termos de fé. O “novo mundo” irrevogavelmente prometido em Jesus Cristo já se acha em via de realização.
Quando se fala de seguir ou imitar a Cristo, o que se pensa afirmar é justamente o convite a assumir um modo radical de existência que acha a Deus no sinal do éschaton. O Cristo é o éschaton em pessoa, simbolizado e concretizado, que não pode nunca assumir o lugar que a Deus pertence no sinal do éschaton.
O anúncio das coisas futuras não deve ser para nós motivo de sonhos e especulação, mas deve despertar a fé, o verdadeiro temor de Deus e a esperança. “Julgar até que ponto um homem resiste ou pode resistir definitivamente a Cristo não está dentro de nossas possibilidades. Embora seja absolutamente certo que somente a fé em Cristo salva, ao passo que a incredulidade condena, também não é menos certo que isto só será manifesto a todos nos últimos dias, e não nos cabe julgar sobre as possibilidades de que Deus dispõe (…) para levar o homem ao conhecimento da verdade (…) O discurso do duplo resultado do juízo, como nos atesta o NT, não pode ser alterado, certamente, em um discurso teológico de happy end (final feliz), mas é também verdade que só será plenamente correto se nos permite apreender com toda a seriedade o juízo de um Deus que deseja que todos os homens se salvem e cheguem ao conhecimento da verdade”. (1Tm 2,4) –W. Kreck.
A escatologia, se de um lado deve proclamar a afirmação do Reino de Deus, deve por outro reconhecer que a vitória de Deus não pode ser obtida mediante o aniquilamento do homem.
O acontecimento-Cristo constitui o alicerce real da unidade e mediação entre protologia e escatologia, entre salvação protológica e salvação escatológica, sem que isto implique identificar salvação e éschaton. A cristologia mostra, e exemplarmente, qual o caminho por onde se vai à salvação.
A escatologia cristã deve achar seu ponto de referência na profissão de fé, segundo a qual Jesus de Nazaré, o Crucificado, foi ressuscitado. Deve desenvolver-se com base no dado originário, conforme o qual Aquele de que se fala e se diz que vive não é um morto qualquer da história. Os testemunhos de fé contidos em o NT nos permitem afirmar, com absoluta segurança, que os acontecimentos pascais provocaram na comunidade cristã uma mudança de perspectivas: agora o olhar se dirige para a frente.
Chamou a atenção de que os acontecimentos pascais mostram igualmente um componente retrospectivo, que nos introduz à compreensão do sofrimento e da morte de Cristo, elevado aos céus”. (Jürgen Moltmann) Só à luz de sua ressurreição dentre os mortos é que sua morte adquire aquele sentido salvífico absolutamente peculiar e único que de outra forma não poderia assumir, nem à luz de sua vida vivida. A ressurreição de Jesus não relativiza pois a cruz a ponto de agora fazê-la um dado superado ou uma fase passageira para a glória celeste, mas a qualifica como acontecimento salvífico escatológico, pois só ela diz quem propriamente é aquele que padeceu e morreu.
A ressurreição dos mortos qualifica a pessoa do Crucificado e por conseguinte exprime também o sentido salvífico de sua morte de cruz por nós, os mortos. Não é a ressurreição que interpreta sua morte de cruz como acontecida por nós, mas vice-versa: é sua morte de cruz por nós que torna relevante a sua ressurreição diante de nós”. (Jürgen Moltmann) A ressurreição qualifica a cruz como acontecimento escatológico. A cruz nos anuncia o sentido de sua ressurreição; nela o Ressuscitado lança o olhar sobre nós e mantém-no fixo sobre nossas pessoas.
Quando se faz a experiência do Deus diante de nós no Deus por nós. “Deveremos pois dizer que sua morte na cruz é o ‘significado’ que sua ressurreição assume para nós. E vice-versa, toda interpretação do sentido de sua morte, que não tenha como premissa sua ressurreição dos mortos, é apenas um dado sem esperança, por ser incapaz de comunicar aquele novum da vida e salvação que se prefigurou em sua ressurreição. Cristo morreu não só como vítima de expiação, que teria consentido em restabelecer a justiça ou reconduzir a seu estado originário a criação caída com o pecado original. Ele morreu ‘por nós’, para fazer de nós, ‘mortos’ pelo pecado, partícipes de sua nova vida de ressuscitado e de seu futuro de vida eterna. A sua ressurreição encerra o significado de uma morte na cruz ‘por nós’, porque o Ressuscitado não é outro senão o Crucificado. Na medida em que se compreende sua morte como morte padecida ‘por muitos’, também sua ressurreição dos mortos há de ser compreendida como ressurreição em favor daqueles que ainda jazem na morte. Se for correto este ponto de vista, sua morte na cruz ‘por nós’ poderá ser compreendida como prova da ressurreição. Na medida em que se percebe o significado vicário de sua morte, também se compreenderá a realidade de sua ressurreição. Em seu morrer por nós se vê a figura do Ressuscitado, e ela nos introduz, com Ele, em sua vida. Naquele que por nós se fez pobre se revela a riqueza de Deus por nós; naquele que se fez por nós escravo ganhamos a liberdade de Deus; naquele que se fez por nós pecado os pecadores se tornam justiça de Deus neste mundo” (Jürgen Moltmann)
Cruz e ressurreição não se identificam, mas também não podem ser separadas uma da outra. A cruz não serve simplesmente para destacar melhor o brilho que se irradia da ressurreição. Só se podem compreender corretamente ambas, quando compreendidas em sua real simultaneidade, ou seja, somente sob condição de que o Ressuscitado não tenha sido por um tempo o Crucificado, mas o seja para sempre. A unificação de Deus e homem em Jesus Cristo possibilita, então, uma salutar distinção entre Deus e homem, uma distinção através da qual se pode igualmente perceber e afirmar a dimensão última e rigorosamente teológica do fato escatológico.
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Referência: Feiner J, Loehrer M., Mysterium Salutis, Do Tempo para a Eternidade, Volume V/3, Ed. Vozes, Petrópolis, RJ,1985, PP 93-119.


domingo, 24 de maio de 2015

Homilia de Pentecostes - Espírito Santo: Criador e doador de vida!

Homilia de Pentecostes - Espírito Santo: Criador e doador de vida!

Veni, Sancte Spiritus! – Vinde, Espírito Santo! “Sem a vossa força e favor clemente, nada há no homem que seja inocente”: são palavras da sequência de Pentecostes, composta por John Dunstable (1380-1453) e que foi provavelmente entoada na coroação do rei inglês Henry VI, em Paris, em 1431. Toda a Igreja clama: Vem, Espírito Santo! “Ó Deus (…) derramai por toda a extensão do mundo os dons do Espírito Santo, e realizai agora no coração dos fiéis as maravilhas que operastes no início da pregação do Evangelho” (oração coleta da Missa do dia de Pentecostes).
O bispo emérito de Roma, Papa Bento XVI, escrevia em sua última homilia de Pentecostes, que o Espírito Santo age desde do princípio primeiro como Espírito Criador e por último como Espírito Salvador. O Espírito Santo foi chamado alguma vez de “O Grande Desconhecido” (São Jose maria Escrivá, Caminho, 57). Isso me faz lembrar aquela passagem dos Atos dos Apóstolos na qual Paulo ao chegar a Éfeso, ao conversar com alguns discípulos lhes pergunta: “Recebestes o Espírito Santo, quando abraçastes a fé?” Respondem eles da seguinte maneira: “Mas nem sequer ouvimos dizer que existe um Espírito Santo” (At 19,2). Dá a impressão muitas vezes que alguns cristãos nem sabem se existe um Espírito Santo. Quem é o Espírito Santo? é a terceira Pessoa da Santíssima Trindade, é “o Senhor e Doador de Vida, que procede do Pai e do Filho, que com o Pai e o Filho recebe uma mesma adoração e glória e que falou pelos profetas”. O Espírito Santo é Deus, como o Pai é Deus e como o Filho é Deus. Ele é o Paráclito, o Consolador, enviado por Cristo para comunicar-nos a vida divina. É ele quem nos introduz no Mistério de Cristo, é ele quem nos dá a graça, as virtudes da fé e da esperança e da caridade, os dons e os frutos. Quem é o Espírito Santo? É aquele que mora em você, o doce hóspede da sua alma, foi ele quem o fez templo de Deus, filho de Deus, membro da Igreja, quem lhe deu a salvação, a justificação e a vida eterna. “Desde o nascimento da Igreja, é ele quem dá a todos os povos, o conhecimento do verdadeiro Deus; e une, numa só fé, a diversidade das raças e línguas” (prefácio de Pentecostes).
Não podemos ignorar o Espírito Santo e seu poder. Quando o Espírito Santo vem habitar em nós vem com o Pai e com o Filho.
Santa Teresa conta que, ao considerar certa vez a presença das Três divinas Pessoas na sua alma, “estava espantada de ver tanta majestade em coisa tão baixa como é a minha alma”, e então o Senhor disse-lhe: “Não é baixa, minha filha, pois está feita à minha imagem” (Santa Teresa, Contas de consciência, 41, 2). Nós fomos feitos à imagem e semelhança de Deus. Quis Deus que essa semelhança fosse semelhança mesmo e nos fez participar de sua natureza divina. É pelo Espírito Santo que nós participamos da natureza divina. “Como não dar graças a Deus pelos prodígios que o Espírito não cessou de realizar nestes dois milênios de vida cristã? O evento de graça do Pentecostes tem, com efeito, continuado a produzir os seus maravilhosos frutos, suscitando em toda a parte ardor apostólico, desejo de contemplação, empenho em amar e servir com total dedicação a Deus e aos irmãos. Ainda hoje o Espírito alimenta na Igreja gestos pequenos e grandes de perdão e de profecia, dá vida a carismas e dons sempre novos, que atestam a Sua ação incessante no coração dos homens” (João Paulo II, Homilia do Domingo de Pentecostes de 1998).
Pentecostes já era uma festa celebrada pelos judeus cinquenta dias depois da Páscoa. No começo era uma festa na qual se dava graças a Deus pela colheita da cevada e do trigo, era uma festa agrícola. Já no século I, porém, tornou-se a festa que celebrava a aliança (o dom da lei e a constituição do Povo de Deus). Cinquenta dias depois da Páscoa, os discípulos de Cristo recebem o Espírito Santo, a lei na nova aliança no sangue de Jesus. Também o Espírito Santo constitui a nova comunidade do Povo de Deus, a Igreja.
Nela, todos devem estar unidos em Cristo e na força do Espírito Santo. As línguas de Pentecostes significam essa unidade do Povo de Deus. Pentecostes é, então, o reverso de Babel (cf. Gn 11,1-9); em Babel, a dispersão, aqui, a unidade. O Espírito Santo, que é o amor do Pai e do Filho, é também amor entre nós. Lembremo-nos que é sempre o amor que une os corações. O amor, por ser conhecido propriamente somente pelos que se amam, é sempre muito discreto. Daí a discrição do Espírito Santo: sua missão é levar a Palavra de Jesus, ajudar a Igreja para que anuncie destemidamente a Palavra da salvação, Jesus Cristo. Isso condiz com o Espírito Santo que é amor, já que o autêntico amor sempre pensa mais no outro que em si mesmo.
O Paráclito santifica-a continuamente, como também santifica cada alma, através das inúmeras inspirações que se escondem em “todos os atrativos, movimentos, censuras e remorsos interiores, luzes e conhecimentos que Deus produz em nós, prevenindo o nosso coração com as suas bênçãos, pelo seu cuidado e amor paternal, a fim de nos despertar, mover, estimular para o amor celestial, para as boas resoluções, para tudo aquilo que, numa palavra, nos conduz à nossa vida eterna. A sua ação na alma é suave e aprazível; Ele vem salvar, curar, iluminar,” (São Francisco de Sales). “O Espírito Santo vem em socorro à nossa fraqueza”, diz S. Paulo (Rom. 8,26). Diz São João da Cruz que o Espírito Santo, com a sua chama está ferindo a alma, gastando e consumindo-lhe as imperfeições dos seus maus hábitos.
A Igreja precisa estar unida. Hoje terminamos a Semana de Oração pela Unidade dos Cristãos; findamos a semana, não a oração pela unidade dos cristãos. Todos nós, discípulos de Cristo, precisamos – é importante para nós e para a evangelização – viver bem unidos: uma só fé, os mesmos sacramentos, um só governo: o do Papa e o dos Bispos em comunhão com ele. A divisão é vergonhosa para nós. “Celebrai, pois, este dia como membros do único corpo de Cristo. E não o celebrareis em vão, se realmente sois aquilo que celebrais, isto é, se estais perfeitamente incorporados naquela Igreja que o Senhor enche do Espírito Santo e faz crescer progressivamente através do mundo inteiro. (…) Esta é a casa de Deus, edificada com pedras vivas. Nela o Eterno Pai gosta de morar; nela seus olhos jamais devem ser ofendidos pelo triste espetáculo da divisão entre seus filhos” (Dos Sermões de um Autor africano anônimo do séc.VI).
As línguas de fogo no dia de Pentecostes simbolizam a unidade da Igreja, ela falaria todas as línguas com a sua expansão; no entanto, essa que falaria todas as línguas encontra-se toda ali, unida. Essas línguas são de fogo. “O fogo simboliza a energia transformadora do Espírito Santo” (Cat. 696). Também ao Espírito Santo poderia aplicar-se o simbolismo da água, que significa “o nascimento e a fecundidade da vida dada no Espírito Santo” (Id.). Nós experimentamos a água e o fogo, ao mesmo tempo. Nascemos da água e do Espírito no nosso Batismo (cf. Jo 3,5), a partir daí o Espírito Santo começa uma ações muito especiais em nós que vai transformando-nos mais e mais. São Basílio fala-nos da importância de estar com o Espírito Santo, ou melhor, de que o Espírito Santo esteja em nós: “Por estarmos em comunhão com Ele, o Espírito Santo torna-nos espirituais, recoloca-nos no Paraíso, reconduz-nos ao Reino dos céus e à adoção filial, dá-nos a confiança de chamarmos Deus de Pai e de participarmos na graça de Cristo, de sermos chamados filhos da luz e de termos parte na vida eterna” (Liber de Sp. Sancto, 15,36, em Cat. 736).
Antes de Pentecostes, “Todos eles perseveravam unanimemente na oração, juntamente com as mulheres, entre elas Maria, mãe de Jesus” (At 1,14). Peçamos nós também, em união com toda a Igreja e com Maria, Mãe de Igreja: Vinde, Espírito Santo!



terça-feira, 12 de maio de 2015

Comentários ao Direito Canônico – SANAÇÃO NA RAIZ: QUE É?


Comentários ao Direito Canônico –  SANAÇÃO NA RAIZ: QUE É?

Em síntese: A sanação na raiz é um dispositivo do Direito Canônico que permite ao Bispo diocesano legitimar uniões ilegítimas.

Sanação na raiz (sanatio in radice) é um dispositivo do Direito Canônico que permite ao Bispo diocesano validar casamentos ou uniões inválidas. Eis como é formulado pelo Código: "A sanação na raiz leva consigo, além da dispensa ou cessação do impedimento, a dispensa da lei que impõe a renovação do consentimento e a retroação, por uma ficção do Direito, do matrimônio, quanto a seus efeitos canônicos, no tempo passado" (Cânon 1138, § 8).

Expliquemos esse cânon.

1. Casos a que se aplica a sanação

Começaremos propondo um caso fictício:
Uma jovem católica quer casar-se com um homem solteiro que não aceita a cerimônia religiosa do matrimônio, por não ter fé. Ela tem relações conjugais com ele, mas sente-se infeliz, porque fica privada dos sacramentos. Haverá solução para o caso?

Outro exemplo: os dois nubentes se casaram na igreja, mas o sacerdote que abençoou o matrimônio não tinha jurisdição para fazê-lo. Portanto o casamento foi nulo. Os cônjuges não sabem disto e vivem tranquilamente a sua vida conjugal. Haverá solução para o caso?

2. Em que consiste a solução?

O Bispo diocesano, informado do problema, pode declarar válida a união, mediante o preenchimento das seguintes condições:

1) A nulidade da união não se deve a um impedimento de Direito natural ou divino. Por exemplo, uma pessoa casada (que está ligada pelo vínculo indissolúvel do matrimônio), não pode pleitear a validade de uma nova união; não pode recorrer à sanação na raiz. Se essa pessoa enviuvar, a Igreja poderá conceder a celebração de novo matrimônio.

2) Consentimento naturalmente válido, mas juridicamente ineficaz. Admitamos o caso de dois nubentes que se casem de acordo com as exigências do Direito Canônico, mas o sacerdote ou o ministro que presidiu ao casamento, não tinha delegação para fazê-lo. A união é válida do ponto de vista natural, mas é juridicamente nula. O Direito Canônico é exigente quanto às formalidades do casamento; este tem por ministros os dois nubentes, mas requer-se um delegado da Igreja devidamente habilitado para exercer essa função; se não há tal delegado, o rito pode ser executado com toda a precisão, mas é inválido no plano jurídico; não se realiza então o sacramento do matrimônio. Sabedor do fato, o Bispo diocesano pode conceder a sanação na raiz.

Tal é também o caso de uma católica e um protestante se casarem somente no foro civil, o que torna ilícita a união conjugal perante a lei de Deus. O Bispo dará a sanação na raiz depois de dispensar do impedimento de mista religião quando ele ocorre. Este impedimento é estipulado pela lei da Igreja, não pelo Direito divino; por conseguinte pode ser dispensado.

3) Permanência do consentimento. Está claro que, para validar a união ilegítima, é preciso que os esposos queiram continuar a viver maritalmente. Para elucidar este ponto, voltemos ao caso de uma jovem católica que se uniu a um homem sem fé, e alheio a ir à Igreja. Para obter a certeza do consentimento (sem dizer o porquê desse desejo), essa pessoa convidará amigas, ao menos duas) para um chá com a participação do seu consorte. Durante a conversa, a mulher perguntará ao parceiro: "Se você fosse casar-se de novo hoje, casar-se-ia comigo? - Está claro responde ele". Assim fica comprovada diante de testemunhas a persistência do consentimento conjugal e o Bispo pode reconhecer a validade de tal casamento, mesmo sem que o marido tenha sido constrangido ou mesmo sem que o saiba. Diz o cânon 1140 § 1:

"Se nas duas partes ou numa delas faltar o consentimento, o matrimônio não poderá ser sanado na raiz, tanto se o consentimento tiver faltado desde o começo como no caso de ter sido recusado posteriormente".

Essa persistência do consentimento é geralmente presumida, se as duas partes interessadas vivem sob o mesmo teto. Reza o Código de Direito Canônico:

"Mesmo que o matrimônio tenha sido contraído invalidamente por causa de um impedimento, presume-se que o consentimento dado persevera enquanto não constar da sua revogação".

4) Autoridade competente. Embora a sanação na raiz tenha sido considerada função exclusiva da Santa Sé, os Bispos da América Latina conseguiram faculdades especiais para concedê-la. Portanto o Bispo da diocese respectiva pode assumir esse encargo, com exceção de três casos:

a) Quando se requer a dispensa de um impedimento reservado à Santa Sé. Pode ser o caso de um presbítero que haja abandonado o seu ministério para viver com uma mulher conjugalmente: a sanação na raiz só pode ser efetuada pela Santa Sé, pois a dispensa das obrigações sacerdotais é reservada à Santa Sé.
b) Quando se trata de um impedimento de ordem natural ou divina, impedimento já explanado neste artigo.
c) Quando se trata de matrimônios mistos e não tiverem sido observadas as condições estabelecidas para a dispensa do impedimento correspondente.

É de notar que, para se casar com pessoa de outra crença religiosa, a parte católica deve prometer fazer tudo para guardar a sua fé e para educar os filhos na religião católica. A parte não católica deverá ser informada desse compromisso assumido pelo(a) consorte.

5)  Causa justa. É óbvio que a sanação na raiz é algo de muito importante, que não pode ser tratado levianamente.

6)  Petição da parte interessada. A sanação na raiz pode ser concedida sem que os dois cônjuges o saibam.

"A dispensa da lei da renovação do consentimento pode ser concedida tanto quando uma parte permanece ignorante dela, como se permanecem as duas" (cânon 1138 § 3). A intervenção de terceiros se justifica quando os dois cônjuges ignoram a nulidade e estão sujeitos a dar escândalo ou a sofrer perturbação na vida matrimonial. Como exemplo dessa situação, imaginemos o caso de dois cônjuges que se casam sem ter a dispensa do impedimento de mista religião, por um motivo qualquer (negligência, esquecimento). Em tal situação o pároco da parte católica pode assumir a tarefa de pedir sanação na raiz. Mais: o Bispo diocesano pode agir por iniciativa própria, sem petição de ninguém, se o julgar oportuno para o bem de seus fiéis. É claro, porém, que o Bispo e o pároco não podem intervir se os cônjuges não o querem.

3. Conclusão

São estas algumas considerações pouco conhecidas pela maioria dos católicos, mas aptas a resolver problemas não raros da vida conjugal. O Bispo sana ou cura o problema pela raiz, tornando válido um casamento contraído invalidamente.

Supõe-se que o faça sem ferir algum dispositivo do Direito ou da Moral.

Este artigo muito deve à obra "O que Deus uniu", do Pe. Jesus Hortal.


A Igreja e o homossexualismo

 A Igreja e o homossexualismo

Diante de manifestações favoráveis ao homossexualismo, parece-me oportuna uma abordagem do assunto, tranqüila e serena, dirigida aos católicos à luz dos ensinamentos da Igreja nessa matéria. Esse tema, por vezes, provoca reações apaixonadas. Prevalece, no entanto, o dever de proclamar a verdade!

Ao tratar do sexto mandamento da lei de Deus, o “Catecismo da Igreja Católica” (nº 2357) assim se expressa: “A homossexualidade designa relações entre homens e mulheres que sentem atração sexual, e exclusiva ou predominante, por pessoas do mesmo sexo. A homossexualidade se reveste de formas muito variáveis ao longo dos séculos e das culturas. A sua gênese psíquica continua amplamente inexplicada”. O Catecismo não pretende propor uma explicação sobre as causas que dão origem ao homossexualismo, pois isto não é função do Magistério da Igreja, mas da Ciência, cujas conclusões estão longe de ser definitivas. Ao mesmo tempo não teme afirmar que os atos daí decorrentes são intrinsecamente desordenados. Com isso não tenciona ferir ninguém, mas simplesmente cumprir a missão de ser fiel às Sagradas Escrituras e à Tradição. A Revelação divina apresenta uma inequívoca condenação à atividade homossexual. Essa atitude relatada nos Livros Sagrados não pode ser entendida como mera acomodação a um contexto social ultrapassado. 
O livro do Gênesis (19,1-29) descreve a destruição de Sodoma e Gomorra. A prática ali vigente, contra a moral, era muito difundida e tomou o nome da cidade: sodomia. Era abominável aos israelitas e punida com a morte (Levítico 18,22; 20,13). O texto sagrado não admite dúvidas: “O homem que se deita com outro homem como se fosse uma mulher ambos cometeram uma abominação, deverão morrer”. Esse mal era difundido entre outros povos (Levítico 20,23 e Juízes 19,22 ss). No Novo Testamento, São Paulo escreveu na Epístola aos Romanos (1,24-27): “Por isso Deus os entregou a paixões aviltantes: suas mulheres mudaram as relações naturais por relações contra a natureza; igualmente os homens, deixando a relação natural com a mulher, arderam em desejo uns com os outros, praticando torpezas homens com homens e recebendo em si mesmos a paga de sua aberração”. Há diversas outras citações bíblicas na mesma orientação doutrinária. Apoiado na Sagrada Escritura e na Tradição, o Magistério eclesiástico sempre declarou que “os atos de homossexualidade são intrinsecamente desordenados” (“Persona humana”, 8). Alguns documentos emanados da Congregação para a Doutrina da Fé têm tratado amplamente do assunto. Sob o titulo “Persona Humana”, publicado em 1975, surgiram diretrizes precisas. Posteriormente, a 1º de outubro de 1986, veio a lume a “Carta aos Bispos da Igreja Católica sobre o atendimento pastoral das pessoas homossexuais”. O ensinamento do Magistério está sinteticamente exposto no “Catecismo da Igreja Católica” (n. 2358 e ss). Aborda diversos aspectos do problema. Assim “são contrários à lei natural. Fecham o ato sexual ao dom da vida. Não procedem de uma complementaridade afetiva e sexual verdadeira. Em caso algum podem ser aprovados” (“Catecismo”, nº 2357).
Devemos distinguir entre tendência e atos homossexuais. A simples inclinação não leva necessariamente à ação, pois não se pode ignorar a liberdade humana. Esta confere à pessoa a capacidade de resistir. Jamais faltará a graça de Deus a quem a busca. Assim, um homem violento, reconhecendo suas más inclinações, usa dos meios para conservar o autocontrole. Quantos sentem uma tentação para o roubo, a desonestidade, mesmo o homicídio e conseguem superar esse momento de crise! Para alcançar tal resultado, o cristão não conta apenas com suas forças porque é assistido pela ajuda divina. Possuir a tendência ao homossexualismo não significa algo ofensivo a Deus e aos homens. O pecado está no ato livremente praticado. A ofensa ao Senhor está em ceder a esse impulso, pois não falta auxílio do Altíssimo a quem o procura, para observar a ordem moral por Ele estabelecida. A “Carta aos Bispos da Igreja Católica sobre o atendimento pastoral das pessoas homossexuais”, aprovada e publicada por ordem do Santo Padre João Paulo II, nos ensina que Deus ama o homossexual e a Igreja o vê como pessoa, para além das distinções relativas à sexualidade. A prática de atos homossexuais não é motivo de orgulho, pois eles ofendem ao Senhor. Diz o “Catecismo da Igreja Católica” (nº 2359): “As pessoas homossexuais são chamadas à castidade. Pelas virtudes de autodomínio, educadoras da liberdade interior, às vezes pelo apoio de uma amizade desinteressada, pela oração e pela graça sacramental, podem e devem se aproximar, gradual e resolutamente, da perfeição cristã”.

Preciosas as diretrizes contidas nesta “Carta aos Bispos da Igreja Católica sobre o atendimento pastoral das pessoas homossexuais” (nº 10): “É de se deplorar firmemente que as pessoas homossexuais tenham sido e sejam ainda hoje objeto de expressões malévolas e de ações violentas. Semelhantes comportamentos merecem a condenação dos pastores da Igreja, onde quer que aconteçam (...). Todavia, a necessária reação diante das injustiças cometidas contra as pessoas homossexuais não pode levar, de forma alguma, à afirmação de que a condição homossexual não seja desordenada”.

Toda a campanha em favor do homossexualismo, bem estruturada e muito difundida, não ajuda a resolver os males resultantes. Pelo contrário, agrava-os. Os sofrimentos decorrentes de atitudes anti-cristãs, infelizmente ainda existentes, em alguns ambientes, por vezes tornam-se mais acentuados. Propor solução não correta pode criar outros problemas. Por exemplo: elevar a união de homossexuais ao nível do matrimônio, a adoção de crianças ... Nós, cristãos, devemos combater a discriminação promovendo a dignidade da pessoa humana, amada por Deus.
Este é o ensinamento da Igreja, em nome de Cristo, transmitido a seus fiéis e às pessoas de boa vontade.


segunda-feira, 4 de maio de 2015

Homilia do Pe. Fantico Borges – V Domingo de Páscoa – Ano B

Homilia do Pe. Fantico Borges – V Domingo de Páscoa – Ano B

A liturgia deste domingo nos leva a entrever a imagem da árvore. Essa analogia nos remete a visão da unidade que o cristão necessita manter com Cristo. " Sem mim nada podeis fazer", diz o Senhor. Jesus se apresenta como a “videira verdadeira”, capaz de produzir frutos que Israel não produziu, porque se afastou de Deus.
Jesus é o tronco e nós somos os ramos! O ramo que não der frutos é cortado e lançado ao fogo. O ramo que dá frutos é podado para que dê mais frutos. Jesus convida os apóstolos a permanecerem n’Ele:” permanecei em Mim, como Eu em vós”. Como o tronco da videira transmite a vida aos ramos e os ramos são vivificados quando permanecem ligados ao tronco, assim se dá com Cristo e os cristãos. Os ramos assim ligados ao tronco é que produzem fruto. Para produzir frutos, os ramos precisam de seiva da videira e da poda.
Precisa da seiva da videira, que é Cristo, pois “sem Mim nada podeis fazer”. O texto fala oito vezes em “permanecer em Cristo” e sete vezes em “dar frutos”. Se não permanecermos unidos a Cristo, recebendo essa seiva, nos tornaremos ramos secos e estéreis, que serão cortados e lançados ao fogo. Os nossos trabalhos pastorais não serão eficazes se não houver a seiva dessa videira e o contato com Jesus, através da Oração.
Só unidos ao tronco podem viver e frutificar os ramos; do mesmo modo, só permanecendo unido a Cristo pode o cristão viver na graça e no amor e produzir frutos de santidade. Isto manifesta a impossibilidade do homem em tudo o que se relaciona com a vida sobrenatural e a necessidade da sua total dependência de Cristo; mas manifesta também a vontade positiva de Cristo de fazer com que o homem viva a Sua própria vida. Neste sentido, a  missão é a de imitação de Cristo. Para Orígenes, padre da Patrística, a única coisa da qual é capaz a natureza humana é morrer de uma morte semelhante a de Cristo. Se não formos incorporados a sua morte, a seu corpo não produziremos frutos. "Se nossa existência está unida a Ele em uma morte semelhante a sua, igualmente em uma comum ressurreição. Compreendamos que nossa velha condição foi crucificada com Cristo, ficando destruída nossa personalidade de pecadores e nós, livres da escravidão do pecado; porque aquele que morre permanece absolvido do pecado" (Orígenes, Comentário à Carta aos Romanos 5, 9). 
Quem não está unido a Cristo por meio da graça terá, o mesmo destino que as varas secas: o fogo. Diz Santo Agostinho:”os ramos da videira são do mais desprezível se não estão unidos ao tronco; e do mais nobre se o estão(…) Se se cortam não servem de nada nem para o vinhateiro nem para o carpinteiro. Para os ramos há duas opções: ou a videira ou o fogo: para não irem para o fogo, que estejam unidos à videira” (Santo Agostinho, Tratado sobre São João 81, 3-4 ).

Estejamos atentos! O Senhor nos faz um apelo:”produzir frutos…”. Porém impõe uma condição: “permanecer unido a Ele”. Para isso precisa: gastar tempo com Ele! Nenhum trabalho, mesmo pastoral, justifica o abandono do encontro pessoal com Cristo, na Oração. Jesus nos adverte:”sem mim nada podeis fazer”. Devemos antes falar com Deus… para depois falar de Deus… Alimentar a nossa espiritualidade com esta “seiva divina”, que é a graça de Deus, na escuta da Palavra, na pratica sacramental… Dizia o Papa São João Paulo II:”A oração é para mim a primeira tarefa, como o primeiro anúncio; é a primeira condição de meu serviço à igreja e ao mundo”. Intensifiquemos a nossa vida de oração, pois sem uma profunda relação de amor com Jesus seremos um sal que não dá sabor, uma comunidade cristã estéril, sem alegria e sem vida.

Homilia do XVIII Domingo do Tempo Comum (Ano C)

Homilia do XVIII Domingo do Tempo Comum (Ano C) Um homem vem a Jesus pedindo que diga ao irmão que reparta consigo a herança. Depois ...